Los zigzags del domador de la casta

Los zigzags del domador de la casta

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En una semana intensa Milei logró controlar la agenda del Congreso, doblegar a los gobernadores y diluir la amenaza del ala dura de la CGT; se guio por sus intereses, no por sus dogmas, y apeló a los atajos cuando necesitó; las dudas en el horizonte del proyecto libertario.

El Gobierno prepara la escenografía para festejar su primer año de gestión a puro contraste con el pasado. El relato libertario tiene un pilar sólido en el recuerdo vigente de las penurias económicas y las explotará al máximo al compararlas con un presente que lo muestra con indicadores positivos como la reducción del déficit fiscal, la baja de la inflación y el clima en los mercados financieros.

También podrá exponer entre sus logros la sorprendente domesticación que consiguió de los actores políticos tradicionales. Y lo que sucedió esta semana ha sido el ejemplo más gráfico: reguló el temario del Congreso de acuerdo con sus intereses, se mostró intransigente con los gobernadores en la negociación por el presupuesto y diluyó la amenaza de los sectores gremiales más duros, que terminó con la salida de Pablo Moyano de la conducción de la CGT. Oposición legislativa, jefes provinciales y líderes sindicales que oscilaron entre la impotencia para imponer su agenda y la contorsión política para no confrontar con Javier Milei, con su retórica agresiva, con su manejo de las redes, con sus cancelaciones; pero fundamentalmente, con su popularidad vigente.

El martes José Luis Espert suspendió la firma del dictamen del presupuesto, en lo que muchos interpretaron como una ratificación de que el oficialismo se encamina a prorrogar el vigente. Como ocurre en otros temas, el Gobierno invirtió el peso de las pruebas: si bien reconoce que sería una buena señal un proyecto aprobado por el Congreso, están convencidos de que hacia los mercados y el FMI es más efectivo el compromiso de Milei con el déficit 0 que una promesa presupuestaria. Por el contrario, los gobernadores quieren que quede plasmado en un papel el compromiso de la Casa Rosada con algunas partidas clave, como la de las cajas jubilatorias y las obras públicas. El último intento de reunión de los gobernadores en el CFI fue patética. Balbuceos y advertencias a media voz parecieron un remedo de la otrora poderosa liga de caciques provinciales.

Pero no se trata de que ahora los líderes del interior tienen problemas de personalidad, sino de que el Presidente tiene su principal bastión de apoyo fuera de la zona AMBA. Según un trabajo de Opinaia, en la ciudad de Buenos Aires la valoración positiva del Gobierno es de 44% y en el territorio bonaerense es de 45%. Sin embargo, en Mendoza tiene una evaluación favorable del 67%, en Córdoba del 62%, en Santa Fe del 57% y en el resto del interior del 61%. Así es difícil pelearse con Milei. Uno de los gobernadores aliados, lo sintetiza en una frase cargada de realismo: “Él nos mata con el recorte de las transferencias y nosotros buscamos endurecernos, pero no nos creen. Saben que no vamos a romper”.

El miércoles, cuando se frustró la sesión para aprobar el proyecto de ficha limpia, se dio un curioso juego de la silla en el Congreso. Durante la media hora estricta que Martín Menem habilitó para que se conformara el quorum, los diputados se sentaban en sus bancas, pero después cuando veían que ingresaban otros y había posibilidad de llegar al mínimo de 129, se levantaban y salían del recinto. Con este minué naufragó la sesión y el oficialismo demostró que no tenía demasiado interés en tratarlo. “Era un proyecto del Pro, al que nosotros adherimos, pero se tenían que esforzar ellos”, argumentaron desde el bloque LLA.

En la Casa Rosada fueron más explícitos. Admiten que no quieren que el proyecto de ficha limpia excluya de la competencia electoral a Cristina Kirchner, a quien por ahora prefieren mantener en el juego de la polarización. Y un operador político de los libertarios agrega una mirada más elaborada: “A nosotros no nos conviene que ella quede marginada ahora porque eso aceleraría el proceso de renovación del peronismo, que a nosotros nos conviene demorar. Tenemos que intentar que en 2027 la principal fuerza opositora sean Cristina y Kicillof. Eso obtura el recambio”. Los más insidiosos, en tanto, ven detrás de ese repliegue un guiño a la expresidenta para avanzar con los pliegos de los postulantes a la Corte Suprema, Ariel Lijo y Manuel García-Mansilla.

La misma lógica imperó el jueves, cuando el Gobierno envió el proyecto de reforma electoral. Allí está incluida la iniciativa para eliminar las PASO, pero también otra, que quedó disimulada, que aumenta los requisitos a los partidos para participar de las elecciones. Detrás de esas propuestas diseñadas por Santiago Caputo se esconde un intento de profunda redefinición de todo el mapa político argentino, para llevarlo de a poco a un bipartidismo al estilo anglosajón; la vieja idea de una derecha y una izquierda bien definidas; Milei contra el kirchnerismo; liberales contra “zurdos”; el bien contra el mal.

Sin PASO cambian las condiciones para la conformación de alianzas del estilo de Juntos por el Cambio y Unión por la Patria. La Libertad Avanza no tiene ese problema; al contrario, se exhibe feliz de no tener que compartir decisiones con otras fuerzas políticas. Su llegada al poder no sólo marcó el fin del bicoalicionismo, sino que también interpeló la herramienta misma de los pactos electorales como un modo de construcción de mayorías y de garantía de gobernabilidad. Mejor puros solos que acompañados por moderados. Esa lógica es muy potente en la mentalidad libertaria y seguramente va a guiar su armado de las listas 2025.

Al mismo tiempo, al exigirles a los partidos un piso más alto para poder competir, demandando un mínimo del 3% de los votos en dos comicios consecutivos, habrá un angostamiento de la oferta electoral. Es algo comprensible para un sistema que hoy cuenta con 719 partidos registrados en todos los distritos -según un relevamiento del politólogo Pablo Salinas- y que ha hecho de la titularidad de los sellos partidarios un negocio. Pero tendrá efectos concretos en términos de despejar de fuerzas minoritarias las boletas.

El Gobierno asume que es muy difícil avanzar ahora con este paquete de reformas, pero es un objetivo que se trazaron para aprobar en 2026 y aplicar en 2027. Los libertarios no son reformistas; son refundacionales. Su objetivo no se limita a introducir cambios; su horizonte es la construcción de un nuevo orden.

CGT, Pablo Moyano, por La Bancaria su secretario general y Diputado Nacional, Sergio Palazzo, por SOMU Raúl Durdos, Aeronavegantes Juan Pablo Brey, el adjunto de SMATA Mario "Paco" Manrique entre otros dirigentes gremiales y abogados. En la sede de la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte

La semana terminó el viernes con la previsible escisión de Moyano de la conducción de la CGT, que representa la licuación final del ala dura en ese ámbito, después de un paro de transporte descafeinado, del acuerdo de los duros de Aerolíneas Argentinas y de la falta de eco para una nueva medida de fuerza en diciembre. La parábola de la relación del Gobierno con la CGT representa otra curiosidad. Antes de asumir, Guillermo Francos entabló un buen vínculo con la conducción gremial, pero todo voló por los aires cuando sin aviso previo se incluyó una reforma laboral en el mega DNU. Los sindicalistas se sintieron traicionados, judicializaron ese capítulo del decreto y convocaron a dos paros generales. Después vino un lento proceso de recomposición de la relación, no sólo porque primaron las voces más moderadas (Francos, Julio Cordero y una versión dialoguista de Santiago Caputo, de un lado; Gerardo Martínez, José Luis Lingeri Andrés Rodríguez, del otro), sino por la percepción de los popes gremiales de que corrían un serio riesgo de desnutrición política frente a un Milei voraz y una sociedad que tiene una muy mala imagen de ellos.

Por eso de la Casa Rosada salió la orden de no acompañar la iniciativa que impulsa Martín Tetaz para eliminar la reelección perpetua de los gremialistas y prohibir la cuota solidaria que sostiene las cajas sindicales. Un guiño mal disimulado a la “casta”. Los asesores presidenciales aceptan que es un costo a pagar ahora para evitar una mayor conflictividad, pero al mismo tiempo amenazan: “Con la CGT nos vamos a tener que pelear inevitablemente en algún momento porque tenemos miradas distintas. Pero no los vamos a enfrentar ahora; lo haremos cuando la economía esté creciendo al 6%”.

Detrás de la domesticación del sistema político emergen dos interrogantes de tremenda relevancia para evaluar la sustentabilidad de ese objetivo. El primero gira en torno de la proyección del plan económico. Así como hace algunos meses la preocupación de los mercados apuntaba a la fecha de la salida del cepo, hoy las luces amarillas aparecen en el tablero de los sectores productivos anclados en el mercado local, que ven una triple amenaza: tipo de cambio alto, apertura de importaciones y ausencia de señales en materia de baja de impuestos. Surgen inevitables las comparaciones con los 90 y una pregunta de fondo: ¿puede el equilibrio fiscal salvar el programa económico del destino que sufrió el ciclo de reformas del menemismo? ¿Acaso la Argentina atraviesa un 1991 de estabilización macro, derrota de la inflación y privatizaciones, que si no puede brindar condiciones para el desarrollo interno termine en un 2001 de desinversión industrial, recesión y desempleo?

Hay señales para el optimismo, más allá del boom financiero, minero y energético. CAME reportó que en octubre hubo un rebote de la actividad industrial pyme del 4%. También los bancos registraron un crecimiento del 6,3% de los créditos privados para bienes durables e inmuebles, según el Banco Central. Pero en líneas generales, la construcción, el comercio y la industria, que son los sectores que demandan mayor cantidad de mano de obra intensiva, siguen sin repuntar. En las empresas hay muchos jugadores pensando en una reconversión forzosa o en la transformación hacia una matriz importadora. El rumbo del plan económico parece hoy intocable, pero en todo caso es válido preguntarse, quizás muy anticipadamente, si en el futuro no va a requerir algunos retoques.

El segundo gran interrogante es de carácter político: ¿qué tipo de proyecto de poder tiene Milei en mente si la centralidad que ejerce hoy en el tablero nacional se ve revalidada en las urnas el año próximo? Una parte de ese debate se coló a partir del acto de Las Fuerzas del Cielo el sábado pasado en San Miguel, inspirado por el Caputo asesor. Fue una puesta en escena premeditada de la autodenominada “línea dura” del mileismo, que más allá de la peligrosa terminología guerrera (“brazo armado”, “guardia pretoriana”) dejó dos mensajes claros. El primero, para reforzar la pureza ideológica del proyecto, a cargo del grupo originario que acompañó a Milei, sustentado en la trilogía redes sociales-valores conservadores-juventud masculina. Son los conceptos que complementan el corazón económico-libertario del Presidente. Allí se entierra la raíz espiritual del proyecto, como en su momento La Cámpora protegía el Santo Grial del cristinismo. Sería un reduccionismo interpretar la utopía libertaria sólo en términos económicos.

Según una encuesta de Grupo de Opinión Pública/TresPuntoZero, la mejor valoración del Gobierno segmentado por grupos etarios siempre está entre los más jóvenes: el 63,8% aprueba la gestión y el 59,7% cree que la situación económica mejorará el próximo año. Shila Vilker, una de las directoras de la consultora, refuerza la idea al plantear que ese apoyo joven es esencialmente masculino, “un segmento social que no tenía representación frente a una agenda progresista que los marginaba”. Su colega Viviana Isasi complementa esta mirada en su último informe sobre los sub 35. Remarca que en ese segmento se pasó del pesimismo económico al optimismo de largo plazo, que es un núcleo más preocupado por sus problemas individuales que por causas colectivas y que tienen como referentes liderazgos con perfiles innovadores y tecnológicos. Y después agrega: “La militancia en redes tiene que ver con la pertenencia a un lugar común donde se expresan sin prejuzgamientos, donde se informan, eligen por temas de su interés y siguen a personas que les resultan carismáticas. En esta herramienta está el refugio identitario de las juventudes mileistas en tanto espacio de expresión”. A ellos les hablan Las Fuerzas del Cielo. Tienen un paraíso para ofrecerles.

Esa representación encabezada por el Gordo Dan tuvo un segundo mensaje interno, igualmente clave, dirigido a los “territoriales”, las huestes que bajo la conducción de Karina Milei están organizando LLA en todo el país, como los Menem en el interior y en la provincia de Buenos Aires Sebastián Pareja. Es un armado más clásico, destinado a dotar al partido de mayor musculatura y nivel de representación, para evitar las excentricidades y sorpresas que dejaron las listas del año pasado. Ellos leyeron la movida de los “puros” como un aviso de que están dispuestos a pelear por sus lugares en las listas. Si bien estaban en sobreaviso, para el “karinismo” el acto fue indigesto. “Lo vimos como una provocación innecesaria porque veníamos conversando. Se generó una distancia entre ellos y nosotros”, dijo uno de los referentes. “Se necesita no perder lo que somos. El armado del partido territorial es importante, pero hoy la política no se mueve así. Por eso tenemos una dinámica más de movimiento”, les responden desde la otra vereda.

Más allá de los roces entre las tribus libertarias la cuestión de fondo es su impacto en la relación Karina-Santiago Caputo, un vínculo cercano, pero siempre bajo la mira. El asesor siempre le dice a su entorno que no hace nada sin la venia de los Milei, pero también es cierto que hasta ahora estaba enfocado en la estrategia comunicacional y en las operaciones de gestión, y no se había cruzado con ella por la planificación electoral. El otro roce que se generó con el “karinismo”, concretamente con Martín Menem, fue por la decisión de enviar esta semana al Congreso la reforma electoral, cuando sabían que el Pro no la quería y estaban negociando el apoyo de los aliados para el presupuesto.

Sin embargo, estas fricciones se transforman en juego de niños si se los compara con los dichos que el Presidente dejó fluir dentro de su entorno para explicar por qué había embestido tan duro contra la vicepresidenta Victoria Villarruel. No sólo tiene registrada una larga lista de ingratitudes; también habla de un supuesto intento de conspiración institucional. Una teoría tan incomprobable como arriesgada. Así entiende Milei al poder. Detrás de los infieles, siempre se esconde una amenaza.

 


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