La noche electoral en Santa Fe dejó un mensaje claro: Rosario ya no es el feudo progresista de antaño, sino un campo de batalla donde tres fuerzas se reparten un electorado volátil. Juan Monteverde, el candidato del frente peronista-ciudadfuturista, se alzó con una victoria ajustada que lo posiciona como aspirante a la intendencia, pero que dista de ser contundente. Con apenas 30.6% de los votos y una participación que ronda el 50%, su triunfo viene con más interrogantes que certezas.
Detrás quedó Juan Pedro Aleart, de La Libertad Avanza, cuya performance mediática no alcanzó para superar al peronismo local. Aunque logra insertar al libertarismo en el Concejo Municipal, los números quedaron por debajo de sus expectativas. La sorpresa la dio Carolina Labayru del oficialismo, que resurgió de un magro 7% en las PASO para consolidar un tercer puesto que todo el frente UNIDOS festeja ya que logra mantener la mayoría en el Concejo Municipal.
Una ciudad que ya no es la misma
Los resultados confirman que Rosario completó su transición desde el bipartidismo tradicional hacia un escenario de tres polos. La novedad no es solo la irrupción libertaria, sino cómo el electorado no peronista se divide casi por mitades entre LLA y Unidos. Esta fragmentación benefició a Monteverde, quien capitalizó el desgaste de la gestión de Javkin con un discurso centrado en la falta de liderazgo municipal.
Pero el dato más alarmante sigue siendo la abstención. Cuando apenas uno de cada dos rosarinos se molesta en votar, todos los resultados llevan un asterisco. El frío, la ausencia de cargos ejecutivos y cierto hartazgo generalizado explican solo en parte por qué la democracia local parece haberse convertido en un asunto de minorías.
Lo que viene
El nuevo Concejo promete dinámicas inéditas, con 13 ediles repartidos en tres bloques casi parejos. Monteverde sale fortalecido pero deberá demostrar que puede traducir este triunfo en un proyecto de ciudad. Aleart, por su parte, consolida a LLA como alternativa real en el principal bastión opositor. Mientras tanto, el oficialismo provincial respira aliviado: lo que parecía una debacle terminó siendo un piso desde donde reconstruirse.
En dos años, cuando se dispute la intendencia, veremos si esta configuración se mantiene o si Rosario vuelve a sorprender. Por ahora, la ciudad confirma que es el laboratorio político más impredecible del país.